
La conocemos como “vergüenza ajena”; es la emoción que sentimos cuando vemos a alguien fracasar o “meter la pata” en público. Una mezcla de pena y malestar que parece viene atada a la capacidad primate de sentir empatía y, nos cuentan ahora dos nuevos estudios, a la matriz del dolor en el cerebro.
Somos, definitivamente, maestros de la imitación y conseguimos “ponernos en el lugar del otro”, unas habilidades que para muchos vienen establecidas por un sistema neuronal conocido como “espejo”. La noción original es tan antigua como el pensamiento del psicólogo William James. Él fue uno de los primeros en vincular la idea con la acción. James aseguraba que para mover el brazo debemos tener primero una imagen en nuestra mente del brazo en movimiento. Pero no fue hasta que Giacomo Rizzolatti y sus colegas italianos introdujeron unos electrodos en los cerebros de algunos monos hace un par de décadas, que el concepto tomó ramificaciones biológicas. El equipo de Rizzolatti descubrió las neuronas espejo; un sistema tan simple como asombroso. El investigador observaba la actividad cerebral del mono cuando tomaba una nuez para comérsela y la neurona motora correspondiente se iluminaba; entonces notó, tiempo después, que cuando el animal veía al investigador tomar una nuez, la misma neurona se activaba con similar intensidad. Igual ocurría cuando el mono observaba a otro de su misma especie repetir la acción. Estas neuronas son mucho más que puramente motoras, es decir, no sólo se activan cuando el movimiento es propio, sino que la idea de la acción también las motiva.
Efectivamente, el neurólogo Vilayanur S. Ramachandran escribió en su libro The Tell-Tale Brain que la evolución convirtió la cultura humana en el nuevo genoma al hiper-desarrollar nuestro sistema de neuronas espejos. Pues ahora, por primera vez, investigadores de las universidades Phillips Marburg en Alemania y Queen Belfast en Irlanda del Norte, han estudiado esa famosa vergüenza ajena, utilizando tanto medidas conductuales como imágenes obtenidas a través de resonancia magnética funcional.
“Por primera vez, estas experiencias vergonzosas indirectas al igual que sus bases neuronales, han sido investigadas. Observamos que hoy existe un aumento notable en la exposición de individuos a una audiencia pública. Tanto la televisión como el Internet proveen con plataformas para eso y permite que observemos las fallas y las transgresiones de otras personas. Lo que hemos visto con el experimento es que no importa si la persona observada se da cuenta de que ha fallado o no, los que observan en la audiencia experimentan vergüenza indirecta”, explica Sören Krach de Phillips Marburg.
Pero esta experiencia “ajena” no sólo activa neuronas ‘empáticas’ sino que se mueve en el sistema de dolor, es decir, la corteza anterior cingulada y la ínsula izquierda anterior. Dos estudios consecutivos hallaron la conexión; los autores generaron cuatro tipos de situaciones cotidianas donde alguien es expuesto en una situación vergonzosa. En una, el protagonista está consciente de que ha cometido un error, por ejemplo, una modelo que se cae en la pasarela; en la otra, sin embargo, la persona parece no darse cuenta de lo que acaba de hacer: como dar una respuesta absurda a una pregunta relativamente sencilla en uno de esos juegos televisivos o en un concurso de belleza. “Ambas situaciones provocan una activación comparable en los centros de las regiones de la matriz del dolor. Más aún, el nivel de activación en estas regiones cerebrales está correlacionada positivamente con el grado de empatía que los observadores se dieron a sí mismos en cuestionarios anteriores a las pruebas con resonancia”, expresa Frieder M. Paulus, otro de los autores en Alemania.
“Al final, siempre dependerá del las conclusiones del observador sobre qué cosas constituyen un comportamiento inapropiado en un contexto social en específico. Nuestros resultados complementan, en ese sentido, la visión convencional de la empatía como una experiencia subjetiva que está relacionada con información que sólo el observador posee, por eso algunas personas pueden sentir esta experiencia de vergüenza indirecta mientras que otras no. También sugerimos hacer una distinción entre los distintos tipos de empatía: una que es más o menos una co-experiencia de estado emocional con un tercero y la otra donde el observador lo que hace es reflexionar sobre su propia evaluación de la situación en el contexto social”, explicó Christopher J. Cohrs, del equipo irlandés.
No deja de impresionarme lo intricada que es la maraña cerebral que controla nuestra experiencia con el medio, que a su vez la enriquece o la perjudica. Los grados de empatía no sólo están vinculados a nuestra experiencia y aprendizaje sino a un proceso neuronal que incluye el fascinante sistema de neuronas espejo y también la matriz que se encarga del dolor. Es indudable que el Homo sapiens es un animal social que puede sentir vergüenza ajena hasta por los esperpentos que protagonizan los “reality shows” que plagan el mundo de la televisión moderna. De hecho, estas interacciones en el cerebro explican mucho mejor por qué esas fórmulas funcionan.
Los resultados fueron publicados en PLoS (Public Library of Science) http://www.plos.org/
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