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viernes, 11 de marzo de 2011

De la longevidad en los primates

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La ciencia ha aterrizado al Homo sapiens. El conocimiento nos ha ido desplazando de la posición única en el Universo de la que una vez nos jactábamos. Era, por supuesto, una ilusión. Somos creídos y engreídos, y nos vendimos la idea de que nos encontrábamos en el centro de todo y que el mundo giraba alrededor nuestro. Poco a poco nos han ido bajando de esa tarima (millones continúan resistiéndose a pesar de las pruebas), la Vía Láctea ni siquiera se encuentra en el centro del Universo, las dimensiones allá afuera son tan enormes que nuestro lugar en el Cosmos es realmente insignificante.


Y somos nosotros los que giramos alrededor de una estrella común y corriente. Maravillosamente funcional para el desarrollo de la vida en nuestro planeta, pero no porque la estrella lo haya querido así, ni el Universo, simplemente los elementos de este mundo que habitamos aprovechan la energía si pueden y como puedan.
Tampoco hemos sido creados a imagen y semejanza de los numerosos dioses que nos hemos inventado sino que evolucionamos, como todo el ser vivo sobre el planeta, y hoy nos hemos clasificados en el orden primate porque somos primates, por si no se había dado cuenta.

Ahora, la primera investigación en involucrar a siete especies distintas de primates, incluyendo la humana, revela que los primates envejecemos al mismo paso. Es otra de las ideas que pensábamos nos hacía únicos, los humanos envejecíamos a un paso mucho menor que los demás primates, pero no es así. Chimpancés, gorilas y otros primates reflejan las mismas características al ponerse viejos que los humanos.

“Teníamos razones suficientes para pensar que los humanos envejecen de forma más lenta y con más gracia que los demás primates. Los humanos, por ejemplo, somos animales de larga vida, aparte de las cotorras, algunas aves marinas, tortugas y ostras, el Homo sapiens es duro de matar. Vivimos mucho más allá de nuestros años reproductivos. Si fuéramos otro tipo de mamíferos comenzáramos a morir tan pronto arribáramos a los cuarenta”, explica Anne Bronikowski, una entre once biólogos en el equipo que elaboró el estudio.

El grupos de científicos combinó datos de otros estudios elaborados en distintas especies primates en países como Costa Rica, Brasil, Kenya, Tanzania, Ruanda y Madagascar. Analizaron el pasar de los años en monos capuchinos, monos muriqui, babuinos y monos azules, chimpancés, gorilas y lémur y el análisis estadístico se enfocaba en la idea de riesgo de muerte; una medida que definieron como el ritmo al que el riesgo de mortalidad subía con la edad. Estos resultados fueron comparados con 3,000 primates no humanos de las especies ya mencionadas.

“Los patrones humanos no son sorprendentemente diferentes aún cuando estos animales enfrentan fuentes de mortalidad en las junglas de las que un humano está protegido. Envejecemos al mismo ritmo y compartimos rasgos propios de este envejecimiento con los demás primates”, explica Susan Alberts, otra de las autoras, de la Universidad de Duke.

Por supuesto, las probabilidades de que un chimpancé muera mientras manejaba y enviaba un texto desde su celular son nanomínimas. No obstante, los resultados también confirman un patrón que ya ha sido observado en los humanos y en otras especies del gran reino animal: los machos suelen morir primero que las hembras. Lo curioso es que han constatado que entre primates, el hueco entre los sexos se cierra bastante en los grupos donde la agresión entre machos es mucho menor, como en los monos muriqui de brasil.

“Los muriquis son los únicos primates en nuestro estudio donde los machos no compiten entre ellos por acceso a una pareja por lo que pensamos que la razón por la cual los machos de tantas especies viven menos es por el estrés que causa la competencia constante”, explica la antropóloga Karen Strier, de la Universidad de Wisconsin y otra de las biólogas en el estudio.

http://www.nsf.gov/news/news_images.jsp?cntn_id=118917&org=NSF

Los resultados del estudio fueron publicados en el diario Science: http://www.sciencemag.org/

Por Glenys Álvarez

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