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martes, 20 de mayo de 2014

El dilema del prisionero



Existe un modelo clásico de Teoría de Juegos que se estudia en todas las escuelas de administración y dirección de empresas, que se ha aplicado a múltiples disciplinas y que se conoce como el "dilema del prisionero"


¿En qué consiste el juego? La policía detiene a dos sospechosos de un atraco. Al no tener suficientes pruebas para condenarlos, separan a los dos y les proponen el mismo trato:
Si uno se convierte en delator y el otro no confiesa nada, el que no diga nada será condenado a 30 años y el que confiese será absuelto.
Si los dos callan, se les condena a seis meses a cada uno por cargos menores.
Si los dos confiesan, se les sentenciará a 10 años a cada uno.

Se parte del principio de que los dos sospechosos son completamente egoístas y sólo desean reducir al máximo su condena. Cada uno tiene dos opciones: cooperar con su cómplice y callar, o traicionar a su cómplice y confesar. El resultado de cada opción depende a su vez de la del otro sospechoso. Sin embargo, ninguno de los dos conoce la decisión de su cómplice. Aunque pudieran hablar, no podrían confiar el uno en el otro.


Estadísticamente, la confesión es la estrategia dominante para ambos jugadores (prisioneros en este caso). La ironía radica en que los dos deciden confesar y someterse a diez años cada uno, aunque podrían haber cooperado, pasando sólo un año entre los dos. Por tanto en el "dilema del prisionero" la búsqueda del máximo beneficio a toda costa lleva a renunciar al beneficio mutuo de la opción cooperadora.


El "dilema del prisionero" representa un modelo competitivo y egoísta que podemos observar cada día en nuestra sociedad: los problemas actuales de contaminación, el agotamiento de las reservas de combustibles, la deforestación, el uso de los medios de transporte privado colapsando las vías de comunicación, etc. Es un sistema que pretende ganar deprisa, sin pensar en el mañana.


De los muchos campos en los que podemos plantear este problema, quizás sea su aplicación en el ámbito educativo donde me parece reseñable. En su libro "El viaje a la felicidad" Eduardo Punset plantea este aspecto de manera destacada. Punset se cuestiona si es útil para nuestra sociedad crear un modelo educativo donde formamos niños que no aprenden a colaborar entre ellos sino a competir. No se busca desarrollar las cualidades personales de cada uno. Todos sirven para lo mismo. No aprenden lo que a ellos les pueda interesar o ser útil para su desarrollo personal. No se pretende que aporten nada específico al grupo. Los niños crecen en un ambiente cerrado excesivamente comparativo y competitivo. Y no sólo compiten y se comparan a nivel académico, sino personal, que en casos extremos puede derivar en conductas de acoso escolar.


Es necesario idear un sistema educativo capaz de fomentar valores de colaboración, cosa que se consigue si los jugadores (los niños en este caso), llegan a confiar en los demás y en que, a largo plazo, les resultará más beneficioso colaborar que competir. Como afirma Punset, si se pretende formar a adultos que sepan colaborar, nuestro sistema educativo es el peor posible.

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