Vídeo del MES
Tip para callar a las mujeres religiosas CHISMOSAS
lunes, 14 de marzo de 2011
Feynman y su crisis religiosa
Richard Feynman, una mente prodigiosa que obtuvo el premio Nóbel de Física en 1965, procedía de una humilde familia que tuvo que hacer grandes esfuerzos económicos para costear la educación de sus hijos. El padre de Feynman era un enamorado de la naturaleza y de los problemas cotidianos que planteaba el cosmos. Supo transmitir a su hijo el pensamiento crítico, el escepticismo y el poder del razonamiento para escudriñar nuestro entorno en la búsqueda respuestas a las grandes preguntas que a veces nos asaltan. En uno de sus libros “Qué te importas lo que piensen los demás” Feynman relata a Ralph Leighton diferentes aspectos de su vida incluyendo tanto su niñez como su adolescencia. Feynman, se declaró ateo desde bastante joven, en este texto, de la obra anteriormente indicada, nos muestra los primeros pasos que justificaron su desconfianza en las religiones.
Me había criado en la religión judía. Mi familia iba a la sinagoga todos los viernes, y a mí me enviaban a lo que llamábamos “la escuela dominical”; incluso llegué a estudiar hebreo durante algún período. Pero al mismo tiempo, mi padre me hablaba del mundo. Cuando yo oía al rabino referir algún milagro, como el arbusto cuyas hojas se agitaban a pesar de no haber viento, yo me esforzaba en hacer encajar el milagro dentro del mundo real y explicarlo por medio de fenómenos naturales.
Algunos milagros resultaban más fáciles de explicar que otros. El del arbusto era fácil. Un día, yendo de camino a la escuela, oí un ruidito: aunque el viento era apenas perceptible, las hojas de un arbusto oscilaban un poquito porque se encontraban justamente en la posición adecuada para entrar en una especie de resonancia. Y yo me dije: “¡Ajá!¡He aquí una buena explicación para la visión del arbusto que tuvo Elías!”
Pero había milagros que nunca conseguí aclarar. Por ejemplo, cuando Moisés arrojó su báculo y éste se convirtió en serpiente. No lograba imaginarse qué podrían ver los testigos que pudiera hacerles pensar que el bastón de Moisés era una serpiente.
Si me hubiera acordado de cuando era mucho más niño, la historia de Santa Claus podría haberme dado una pista. Pero lo cierto es que no me había causado tanto impacto como para suscitar la posibilidad de que uno debiera dudar de la veracidad de las historias que no encajan en la naturaleza. Al descubrir que Santa Claus no era real no me disgusté; por el contrario, ¡supuso un alivio saber que la explicación del fenómeno de que tantos niños de todo el mundo recibieran regalos la misma noche era mucho más sencilla! El cuento se estaba haciendo francamente complicado, se les estaba yendo de las manos. (…)
En cualquier caso aquella crisis resolvió rápidamente mis dudas, en favor de la teoría de que todos los milagros eran historias preparadas para hacerle entender “más vívidamente” las cosas a la gente, aun cuando los milagros estuvieran en conflicto con los fenómenos naturales. A mí me parecía que la propia naturaleza era demasiado interesante para admitir que fuera distorsionada de aquel modo, así que gradualmente llegué a desconfiar de cualquier religión
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario