
Invitado el pasado verano para charlar en un instituto ante unos cuantos centenares de alumnos sobre la ciencia que hay detrás de los “milagros”, las respuestas me abrumaron. No estaba al caso de la existencia de una generación entera de inteligentes y valientes jóvenes racionalistas en mi país. Seguros, estimulantes, serios, comprometidos y llenos de ideas. Ahora sé que el racionalismo ganará la batalla sobre el futuro de la India. A pesar de que no será nada fácil. Y tampoco será algo que llegue en breve. Necesitamos mucha paciencia.
Muchos más son los partidarios potenciales existentes. No se autodefinirán aún como racionalistas, pero constituyen una gran mayoría educada en mayor o menor grado en el seno de una tradición religiosa que moldeó su experiencia cultural y la manera de ver y entender las cosas, siendo aún provisora de un sentimiento de pertenencia e identidad.
Se trata más que nada del folklore más vistoso de las organizaciones tradicionales religiosas. Tanto Cristianismo como Judaísmo, Hinduismo o Budismo se encuentran en declive. La enorme influencia que durante largo tiempo han ejercido sobre los creyentes está decreciendo. La religión tradicional es un anacronismo.
En los últimos tres siglos, los logros de la razón y de la ciencia han transformado de una manera radical la vida humana. Nos han liberado de la superstición y de los dogmas y establecido el conocimiento y la evidencia como la base del pensamiento. Nos ha traído vacunas y antibióticos y erradicado enfermedades; superamos el dolor, ganamos control sobre las fuerzas naturales y multiplicamos la esperanza de vida. Aligeramos la carga de trabajo y ganamos tiempo para desatar nuestra creatividad y alcanzar nuestros sueños. Hoy en día, la inmensa mayoría de los humanos viven en un mundo mejor. Y somos dueños de nuestro destino.
Pero no es fácil. La oscuridad regresa. Las malas hierbas vuelven a brotar y amenazan otra vez con dinamitar la civilización. Hay mucha gente que nunca se ha restablecido de las heridas de la infancia. Son demasiado débiles para valerse por sí mismos e incapaces de afrontar la libertad. Se encuentran confusos por lo complejo de la realidad. La responsabilidad les provoca pánico. La religión tradicional es un débil asidero. A pesar de ello, supone un mercado millonario. En él venden su mercancía des de astrólogos a terapeutas de vidas anteriores, adivinos, sectas new age, gurus de todo tipo, brujas, satánicos, expertos en tai chee, tántricos, ángeles, sanadores o cazafantasmas.
¿Cuál es ese elemento incalculable que se halla en el cerebro del consumidor que le hace enloquecer ? Se trata de un mecanismo común. Experimentos psicológicos hechos con paracaidistas sanos mostraron que sus mentes se desmadran antes del salto. De repente muestran una tendencia a percibir un patrón que no existe, objetos y caras generados al azar que de otra forma no verían. Existe la evidencia también de que el sentimiento de impotencia y pérdida de control incrementa la tendencia a imaginar una conexión causal entre actos y eventos que no la tienen. Ahí es donde se esconde el secreto de las supersticiones.
Impotencia extrema combinada con una falta de conciencia y comprensión de la situación actual son características de una temprana fase de la infancia. El asustado y desvalido pequeño ser pensante desarrolla un sistema de atajos para explicar el mundo que le rodea: el pensamiento mágico. Pronto superará esas limitaciones si crece en un entorno saludable que no refuerce y haga un mal uso de sus errores. De lo contrario, recaerá en sus estructuras de pensamiento infantiles siempre que sienta que pierde el control de la situación. Entonces es cuando recurrirá a la astrología cuando se sienta afectado por una crisis económica o llamará a un tántrico para que le cure una enfermedad.
Los buenos y curiosos habitantes de la India rural se muestran muy agradecidos y contentos cuando resuelvo alguno de sus misterios. Muchos de ellos desean superar sus supersticiones y mejorar su educación y sus vidas. Pero aquellos que defienden el absurdo son inmunes al cambio. Se trata de especuladores de la ignorancia.
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